miércoles, 27 de octubre de 2010

Retina

Me despierto con la alarma del móvil. Lunes, martes y miércoles a las siete, viernes a las ocho y jueves, sábados y domingos a cualquier otra hora, aunque procuro que no sea muy tarde, las diez a lo sumo. Me levanto (últimamente remoloneo un poco), tirito de frío, me visto, desayuno, me aseo y salgo a la calle. Camino del metro a veces pillo algún tramo de calle sin luz. De momento no importa, estoy al borde del amanecer pero las calles no están demasiado oscuras, aunque espero que eso no se siga dando en invierno. Al cruzar la Diagonal una chica nos ofrece el periódico Qué! acompañado de un "Bon día". Siempre lo rechazo y bajo al metro.

Si me siento junto a la última puerta del penúltimo vagón al llegar a Zona Universitaria estaré frente a la salida. Si cojo el metro a las ocho menos cinco hay menos gente que si lo cojo a las ocho y poco.
Si lo cojo a las ocho menos algo se vacía más o menos en Plaza Cataluña.
Si lo cojo entre las ocho y las ocho y cinco, se llena en Sants.
A veces también se vacía en las paradas con correspondencia con el tranvía.

Llego a clase, generalmente pronto.
En Proyectos coincido con P y con V.
En Construcción con P, con D, con J y con S.
En Estructuras con J y con J.
En Condis con J, aunque con ella apenas he hablado.
En el fondo no coincido con nadie, si acaso con P, V y D. Pero pensar que estoy sola todos los días suena demasiado mal.

Tres asignaturas de cuatro en castellano. Si me apuran dos y media, a veces se saltan al catalán. Me entero de cuatro de cuatro, salvo días de aturdimiento supremo o sueño más fuerte aún. Cuatro asignaturas frente a las diez del año pasado. El semestre que viene, otras cuatro.

Salgo de clase y vuelvo al metro. Si me siento en el primer vagón, al llegar a mi parada apenas tendré que recorrer andén para salir. Los conductores cambian y la máquina hace un ruido raro antes de los pitidos de cierre de puertas. Media hora, veinte minutos o lo que sea de Moby Dick rodeada de gente (algún día me terminaré el libro).

Aún no he decidido si el camino del metro a casa es corto y largo. Me tienta un wok y varias confiterías, paso unas tiendas de diseño y ropa y me paro a ver los Playmobil gigantes. Llego a casa y subo andando. Siempre miro el buzón pero nunca lo abro. Dejo mis cosas, libero a mi pobre espalda y el tiempo empieza a contar distinto. Aunque todo es lo mismo.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Por muy rutinario que parezca, tiene cierto interés. Cómo es eso de no tener hora para levantarte los jueves? Eso te da la vida! jaja

bydiox dijo...

La rutina no es mala. Peor sería la rutina otro año en Valladolid, supongo.