domingo, 26 de noviembre de 2006

Fantasmas del pasado [I]


La grava del camino crujió bajo sus ligeros pies, a la vez que su vestido arrastraba las hojas secas de los árboles que aún no habían sido llevadas por el viento. Se giró y observó la avenida, ya iluminada por la luz de las farolas pese a que aún no había anochecido. Algún transeúnte caminaba tranquilamente por las aceras sembradas de árboles desnudos que se preparaban para el frío invierno. Un coche de caballos conducido por un estirado chofer corría por la calzada, llevando a sus ocupantes al teatro, a un club social o a una cena de alta sociedad organizada por empresarios hipócritas que pasarían la noche sonriendo al competidor y a la baja nobleza, buscando conseguir algún favor económico por tan simple actuación. Bordeando los dos lados de la avenida, las grandes casas y mansiones victorianas recordaban la clase alta a la que pertenecía el barrio, compitiendo entre sí en magnificencia y perfección, pero siendo vencidas en esta guerra anónima por la mansión que Elia tenía delante. Abandonada como otras pocas, el caserón tenía un aspecto imponente y temible que, sin embargo, evocaba con melancolía épocas mejores de su vida.
Elia miró otra vez a los paseantes de la última hora de la tarde, recordando la época, atrás dejada, en que ella también caminaba con parsimonia junto a su familia o, en alguna ocasión, junto a algún joven, hablando de vanos temas del día a día. Aquellas tardes sin preocupaciones en las que el sonido de su risa era tan habitual que se hacía extraño no oírlo. Esos paseos en los que se sentía joven y observada por todo el mundo que admiraba sus delicadas facciones principescas enmarcadas por un cabello negro azabache, a juego con la tonalidad de sus ojos, que caía libre y ondulante por su espalda o bien estaba recogido en simples peinados que destacaban por su belleza. De aquello hacía ya cincuenta años que, para ella, parecían no haber pasado. Seguía teniendo la tez juvenil de aquellos tiempos y los hombres aún se giraban al verla pasar. Examinaban cada milímetro de su silueta, cada pedacito de piel, cada gesto que dejaba adivinar la personalidad que se escondía tras su figura; temiendo, como no temían aún los jóvenes hacía cincuenta años, su nueva mirada vacía cuando se cruzaban sus ojos. Esos ojos que, como pozos sin fondo, le daban un aspecto de muñeca de porcelana… diabólica. Pero no lograban ver en sus minuciosos exámenes el fantasma corpóreo que en realidad era. El ser atormentado que la consumía, dándole hálitos de vida que la inmortalizaban. El alma envejecida que habitaba en un cuerpo eternamente joven, perdido en un laberinto de tristeza que le impedía envejecer y en el que se adentró hacía ya tanto tiempo…

3 comentarios:

Darka Treake dijo...

Pero sigue contándonos...

Oz dijo...

Hola!
Bueno, que me ha encantado, un poco breve eso sí pero "lo bueno si breve dos veces bueno". Me han gustado, sobre todo, las descripciones que has hecho: la calle desierta con las farolas encendidas y las hojas... Espero que la continues pronto (no hagas como yo jeje).
Dar kisses!

Anónimo dijo...

Ooooh! como mola!...aver si me la sigo leyendo que estoy algo vaguilla...pero este 1º cacho me a encantado ^^.

Muchos besos!