sábado, 5 de febrero de 2011

Vacía




El otro día estuve en la nueva habitación de V., en mi antigua residencia. Aparte de que tenía la cama junto a la ventana, al contrario que antiguamente, había algo más cambiado. No me di cuenta de qué era hasta que nos fuimos. Era el ambiente. La habitación era mucho más acogedora. Eso, sumando al olor de los pasillos, a la luz encendida solo en tramos en esos largos pasillos de hospital, con puertas inmensas y pesadas, me hizo añorar la que hasta el año pasado fue mi habitación.

Supongo que era porque no había estado dentro de la residencia desde que la dejé, el cinco de julio del año pasado, así que no tenía cosas con las que comparar, pero hasta entonces no había echado tanto de menos los años en la residencia. No hablo ahora de estar en Valladolid, de estudiar allí y poder ir a tomar un café o un té con mis amigos. Hablo de la residencia y mi vida allí (por escasa que fuera mi vida social dentro de ella). De mi habitación y las cosas que he vivido tanto en ella como en las habitaciones de mis amigos. Las cenas primero en la de A. y con el tiempo en la de V., principalmente. Mi tiempo trabajando y estudiando entre las paredes blancas. Mi tiempo mirando por la ventana, al ordenador, durmiendo o leyendo, hablando con alguien que se había encariñado con mi gran pato de peluche. Las noches en que llegué borracha, en que me fui a las tantas a la cama (y no precisamente por haber estado de fiesta), en que escupía las lágrimas que había tratado de tragarme el resto del día... Es la habitación de mi primera entrega, de mis primeros días durmiendo dos, una o incluso ninguna hora, de estudiar historia, de las acuarelas, de pelearme con los estilógrafos rellenables en el lavabo, de hacer maquetas, de mis primeros tés de fresa, del olor a vainilla, del teléfono que todos alguna vez hemos desconectado para sentirnos aislados.

Mi habitación actual es demasiado pequeña para acumular tanto (salvo polvo y virutas de cartón-pluma). Las paredes no son blancas y lo único que tienen son dos fotos enormes de dos flores rojas. Solo sé mirar con cariño los vinilos del armario, si alguien me apura, la mesa. Pero apenas cabe y la tengo demasiado cerca. Tengo en la habitación todos mis libros, mis apuntes, mis papeles, mis materiales de maqueta, mis pinturas, bolígrafos, reglas, bolsas y carpetas tamaño A2, una cajonera con más bolsas, regletas de enchufes, cajas, papelera, calentador, lámparas, mesilla de noche, armario, mantas peluche...


Y está vacía. He intentado llenarla pero queda vacía. Absoluta y completamente vacía.

Eso sí, tengo una bonita cama de uno cincuenta.





Foto tomada con Instagram

3 comentarios:

X dijo...

Yo suelo llenar todas mis habitaciones, aunque solo he tenido tres. Algunas, en solo un par de meses ya las sientes como de toda la vida.

Kâlü dijo...

Es "sencillo", intentalo de nuevo ;)

M dijo...

Es lo típico que de repente te das cuenta de que echas de menos.

Me hubiera gustado saludarte, entre los pasillos de hospital

;)